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Las mujeres tuvimos que entregar muchos aspectos femeninos para lograr la igualdad de derechos entre los géneros, al punto de intentar -frecuentemente- ser como los hombres. Para sentirnos fuertes y dignas, debíamos estar con hombres y reproducir sus valores.

Hoy podemos ver gran cantidad de mujeres en cargos directivos, que quedan tomadas por un arquetipo de líder absolutamente masculino. Nuestra exagerada valorización de las virtudes del patriarcado que somete y desvaloriza lo femenino -bajo las que muchas nos criamos- trajo enormes consecuencias para la sociedad.

Mientras nuestro lado masculino piensa en conquistas, competencia, logros individuales, exitos materiales…nuestro lado femenino sueña con el sentido de comunidad, cooperación, interrelación e integración.

Ambos aspectos están presentes en hombres y mujeres, y las circunstancias de la vida nos hacen explorarlos y desplegarlos, incluso los que no reconocemos como propios que proyectamos en el exterior, lo que hace que nos sintamos atraídas por personas que tienen afinidad por esos aspectos reprimidos.

Nuestra forma de integrar el aspecto femenino y el masculino a la conciencia es reconocer que nada de lo que atraemos nos es ajeno realmente, nos guste o no, es una parte nuestra que debemos aceptar y reconocer en nuestro proceso de individualización y realización.

El desafío de esta época es, cada uno integrar los opuestos complementarios, y encontrarnos hombres y mujeres respetando nuestras diferencias desde un lugar de mutua aceptación y reconocimiento.

¿Por qué nos enamoramos? Como la mayoría de las preguntas, esta tiene varias respuestas posibles y fundamentalmente depende del punto de vista del observador.

Para muchos científicos el enamoramiento es una conducta cuyo objetivo principal es el reaseguro de la perpetuidad de los genes. Respondiendo así a un anhelo de continuidad en el plano físico, aspecto biológico que compartimos con el reino animal. Pero al ser el ser humano consciente de su finitud, esta búsqueda, puede realizarse consciente e intencionalmente.
Sin embargo si bien esta conducta de búsqueda y cortejo se basa en primitivos patrones biológicos en los que los conexiones neuronales, las hormonas y los neurotransmisores específicos están presentes, no es cierto que el único objetivo sea la procreación. Y esto está a la vista, ya que muchas personas buscan pareja y se enamoran sin tener la necesidad ni el deseo de tener hijos.

La búsqueda puede estar orientada hacia la satisfacción de distintas necesidades como por ejemplo: encontrar en el otro una fuente de seguridad básica, económica, placer sexual, fortalecimiento de la autoestima, expresión del poder personal. En todas estas se pone en juego la necesidad personal de engrandecimiento y fortalecimiento de un ego, en su inicio es frágil y extremadamente vulnerable. En estas situaciones el ego va a buscar desesperadamente que el otro se ajuste a sus necesidades, ya que teme por su supervivencia. Y esta es una de las principales causas de conflicto en las relaciones.

Hay sin embargo otras modalidades de encuentro en los que verdaderamente le damos la posibilidad a un otro, diferente a nosotros mismos, de expresarse y ser plenamente quien es. Se trata de un nivel de aceptación que requiere mayor madurez. En esta modalidad podemos «abrirnos», salir de nuestros pequeños egos, experimentar la vulnerabilidad y el miedo a lo desconocido. Expandir nuestros horizontes y explorar ese misterioso espacio de la relación que nos lleva a otro estado de conciencia y captación de la realidad que tan poéticamente Richard Moss llamó «el yo que es nosotros».

Hay relaciones que nos llevan aún más allá, allí donde todo límite de tiempo y espacio se disuelve y podemos vivenciar que el sujeto, el objeto de amor y la relación son Uno.

La experiencia humana nos permite explorar la multidimensionalidad. Tener la conciencia y la capacidad para desarrollar estas posibilidades depende de la firme intención y la determinación de no quedarnos detenidos ni apegados a ninguna de estas experiencias.

De esta manera, cada vez que nos enamoramos podemos agradecer a la vida esta oportunidad. Y más allá de cómo haya resultado la experiencia, agradecer al otro y a uno mismo la posibilidad de experimentar y evolucionar a partir del aprendizaje que trajo esa relación.